26 noviembre 2005

La broma (Milan Kundera)

Relatar los avatares de una broma no justifica una novela. O, por lo menos, no justifica una novela que valga la pena sino una de esas novelitas livianas a que nos tiene acostumbrado el mundo de hoy. Y, para colmo, que el autor sea Milan Kundera tampoco ayuda: actualmente está muy “bien” leer a Kundera.

Pero esta broma, aquella de la que trata este libro, tiene una particularidad. Ha sido proferida en un mundo que ha perdido el sentido del humor: la sociedad soviética de los países del Este europeo.

Y la broma es política.
Y la broma fue hecha para impresionar a una mujer.

Sobre este hecho básico y anodino se construye toda la historia.
La novela trata de las peripecias odiseicas de alguien que debe cargar sobre sí el inverosímil estigma de haber hecho una broma en un mundo que es incapaz de comprenderla y apreciarla.

Es un libro que vale la pena ser leído pero, especialmente, ser releído. Tiene, creo, esa vocación de universalidad de las grandes obras: cambiando el tipo de broma y el contexto social, la misma situación volverá a repetirse en infinitas situaciones.
Porque la sociedad de hoy tampoco está dispuesta a aceptar ciertas bromas. También ha perdido su sentido del humor.
Hoy día puede ser peligroso hacer ciertas bromas. Los chistes machistas, por ejemplo, son recibidos cada vez mas fríamente. Y ni que hablar de los “étnicos”.
No solo aquel mundo de la Rusia Soviética tenía sus tabúes. Este mundo capitalista, el de este lado del muro, también los tenía y continúa teniendo.
Y contra esos tabúes la broma es inaceptable e implacablemente castigada.

Es que el poder de la risa es un arma poderosa; “desdramatizar” situaciones a fuerza de reírse es un remedio poderosísimo. Nada puede oponérsele. Es imposible argumentar en contra de la risa (recuerden, por ejemplo, la reacción de Gandalf ante el seductor discurso de Saruman: se ríe y con esa risa rompe el hechizo).

Y por eso el Mundo (y el Señor del Mundo) quiere deshacerse de ella.

Las ideas impuestas por los sarumanes contemporáneos, los discursos seductoramente convincentes provenientes de los Isengard de hoy, a veces, sólo pueden destruirse con la risa y su mejor conducto: la broma.
Pongamos un caso: cualquiera puede utilizar mil y un argumentos en pro de la tolerancia de la homosexualidad, y muchos de estos argumentos lindarán con lo aceptable, con lo razonable para cualquier cristiano. Es difícil oponerse en la discusión a argumentos tan fuertes como el amor al prójimo, la compasión.
Y estos son los argumentos que –todos los que alguna vez terciamos en una discusión sobre este tema lo sabemos- generalmente se le oponen al cristiano cuando rechaza la homosexualidad.
Pero ante la broma, ante el chiste que muestra al homosexual en toda su antinaturalidad, no hay argumento que valga. La pintura jocosa de la ridiculez del varón haciendo las veces de mujer es incontrovertible, imbatible.
Por eso la prohibición de la broma, por eso la acusación de “homofobia” o “discriminación”.

Ante la broma eficaz, el castigo.

Precisamente de eso se trata este libro.

Y también está el final.
El final merece una lectura doble que yo, ay, aún no hice.
Pero esa “redención” del protagonista a partir de su vuelta a su tierra de origen y a su pasión primera, el canto folclórico tradicional de su patria puede tener interpretaciones interesantes.
Supongo que alguien mejor que yo las hará. Me contento con esbozar la idea.