Hacedor de estrellas (Olaf Stapledon)
Hay libros que nos conquistan por la fama que los preceden; hay otros que nos atrapan por el tema que tocan; otros porque conocemos al autor de otros libros. Pero hay otros, algunos muy particulares, que nos capturan la mirada.
Están allí, en esa librería, en ese cajón de ofertas o en esa mesada de novedades. No importa dónde. Nos atrapan.
Casi de casualidad, paseamos la vista por su lomo o su portada y algo nos hace detenernos en él. Lo levantamos, los abrimos (¡ese papel celofán de los libros nuevos!: los cierra, herméticos y, tantas veces, nos desanima a comprarlos), revisamos el índice, recorremos sus páginas, leemos la contratapa, las solapas. Y ahí está; estamos perdidos. Nos ha capturado definitivamente.
A todos los amantes de la lectura esto nos ocurre periódicamente y, los sabemos, esta conquista a la que nos han sometido tiene su precio. Su precio es la objetividad, la capacidad crítica.
Es como una novia, no hablaríamos mal de ella aunque tuviéramos muy buenos motivos para hacerlo.
Esto es lo que me ha ocurrido con este libro. Lo confieso. En consecuencia, todo lo que lea de aquí en adelante puede ser, perfectamente, mentira; o, mejor, la mirada distorsionada en un amante ilusionado.
En este caso, el enganche fue, sin duda, el título: Hacedor de estrellas.
Pretencioso título y pretenciosas intenciones: contar, nada más y nada menos, una historia sobre Aquel que hizo y hace las estrellas y los mundos. Hablar de Él.
Con estas ideas, leí la novela. No voy a decir que me desilusionó, eso sería mentira.
Pero mi sensación fue igual a la que tengo cuando vamos a ver una película sobre la cual nos han hablado y hablado maravillas, la hemos escuchado elogiar por nuestros amigos, promocionar en todos los medios de comunicación y ser aplaudida por cuanto crítico de cine existe.
Y cuando nosotros, simples mortales, vamos, al fin a verla, no retiramos pensando “Sí, está buena, pero tampoco es para tanto”:
Esta es, dije, la sensación que me dejó el libro.
Es un rapidísimo recorrido por nada mas y nada menos que la historia del universo. Recorriendo todos los planetas en donde hay vida inteligente. El esfuerzo de imaginación es asombroso y notable. Construir mundos y mundos distintos entre sí; con sus especies y civilizaciones es una tarea que no muchos autores pueden sostener.
Para el fanático de la ciencia-ficción este libro será lo más grande del género.
Tiene, eso sí (y esta observación no es mía sino de Jorge Luis Borges, que prologa la edición que compre) un excesivo uso de lenguaje semi filosófico; lo cual no es problemático para quien esté habituado al lenguaje abstracto.
Y la última parte, las reflexiones en torno a este caprichoso demiurgo que hace y deshace universos con afán lúdico valen lo suyo.
En fin, si está dispuesto a sentirse poca cosa, una pizca de polvo, un microscópico destello de luz en un acontecer luminosamente eterno léalo.
Están allí, en esa librería, en ese cajón de ofertas o en esa mesada de novedades. No importa dónde. Nos atrapan.
Casi de casualidad, paseamos la vista por su lomo o su portada y algo nos hace detenernos en él. Lo levantamos, los abrimos (¡ese papel celofán de los libros nuevos!: los cierra, herméticos y, tantas veces, nos desanima a comprarlos), revisamos el índice, recorremos sus páginas, leemos la contratapa, las solapas. Y ahí está; estamos perdidos. Nos ha capturado definitivamente.
A todos los amantes de la lectura esto nos ocurre periódicamente y, los sabemos, esta conquista a la que nos han sometido tiene su precio. Su precio es la objetividad, la capacidad crítica.
Es como una novia, no hablaríamos mal de ella aunque tuviéramos muy buenos motivos para hacerlo.
Esto es lo que me ha ocurrido con este libro. Lo confieso. En consecuencia, todo lo que lea de aquí en adelante puede ser, perfectamente, mentira; o, mejor, la mirada distorsionada en un amante ilusionado.
En este caso, el enganche fue, sin duda, el título: Hacedor de estrellas.
Pretencioso título y pretenciosas intenciones: contar, nada más y nada menos, una historia sobre Aquel que hizo y hace las estrellas y los mundos. Hablar de Él.
Con estas ideas, leí la novela. No voy a decir que me desilusionó, eso sería mentira.
Pero mi sensación fue igual a la que tengo cuando vamos a ver una película sobre la cual nos han hablado y hablado maravillas, la hemos escuchado elogiar por nuestros amigos, promocionar en todos los medios de comunicación y ser aplaudida por cuanto crítico de cine existe.
Y cuando nosotros, simples mortales, vamos, al fin a verla, no retiramos pensando “Sí, está buena, pero tampoco es para tanto”:
Esta es, dije, la sensación que me dejó el libro.
Es un rapidísimo recorrido por nada mas y nada menos que la historia del universo. Recorriendo todos los planetas en donde hay vida inteligente. El esfuerzo de imaginación es asombroso y notable. Construir mundos y mundos distintos entre sí; con sus especies y civilizaciones es una tarea que no muchos autores pueden sostener.
Para el fanático de la ciencia-ficción este libro será lo más grande del género.
Tiene, eso sí (y esta observación no es mía sino de Jorge Luis Borges, que prologa la edición que compre) un excesivo uso de lenguaje semi filosófico; lo cual no es problemático para quien esté habituado al lenguaje abstracto.
Y la última parte, las reflexiones en torno a este caprichoso demiurgo que hace y deshace universos con afán lúdico valen lo suyo.
En fin, si está dispuesto a sentirse poca cosa, una pizca de polvo, un microscópico destello de luz en un acontecer luminosamente eterno léalo.