17 febrero 2006

Hacedor de estrellas (Olaf Stapledon)

Hay libros que nos conquistan por la fama que los preceden; hay otros que nos atrapan por el tema que tocan; otros porque conocemos al autor de otros libros. Pero hay otros, algunos muy particulares, que nos capturan la mirada.
Están allí, en esa librería, en ese cajón de ofertas o en esa mesada de novedades. No importa dónde. Nos atrapan.
Casi de casualidad, paseamos la vista por su lomo o su portada y algo nos hace detenernos en él. Lo levantamos, los abrimos (¡ese papel celofán de los libros nuevos!: los cierra, herméticos y, tantas veces, nos desanima a comprarlos), revisamos el índice, recorremos sus páginas, leemos la contratapa, las solapas. Y ahí está; estamos perdidos. Nos ha capturado definitivamente.
A todos los amantes de la lectura esto nos ocurre periódicamente y, los sabemos, esta conquista a la que nos han sometido tiene su precio. Su precio es la objetividad, la capacidad crítica.
Es como una novia, no hablaríamos mal de ella aunque tuviéramos muy buenos motivos para hacerlo.
Esto es lo que me ha ocurrido con este libro. Lo confieso. En consecuencia, todo lo que lea de aquí en adelante puede ser, perfectamente, mentira; o, mejor, la mirada distorsionada en un amante ilusionado.
En este caso, el enganche fue, sin duda, el título: Hacedor de estrellas.
Pretencioso título y pretenciosas intenciones: contar, nada más y nada menos, una historia sobre Aquel que hizo y hace las estrellas y los mundos. Hablar de Él.

Con estas ideas, leí la novela. No voy a decir que me desilusionó, eso sería mentira.
Pero mi sensación fue igual a la que tengo cuando vamos a ver una película sobre la cual nos han hablado y hablado maravillas, la hemos escuchado elogiar por nuestros amigos, promocionar en todos los medios de comunicación y ser aplaudida por cuanto crítico de cine existe.
Y cuando nosotros, simples mortales, vamos, al fin a verla, no retiramos pensando “Sí, está buena, pero tampoco es para tanto”:
Esta es, dije, la sensación que me dejó el libro.
Es un rapidísimo recorrido por nada mas y nada menos que la historia del universo. Recorriendo todos los planetas en donde hay vida inteligente. El esfuerzo de imaginación es asombroso y notable. Construir mundos y mundos distintos entre sí; con sus especies y civilizaciones es una tarea que no muchos autores pueden sostener.
Para el fanático de la ciencia-ficción este libro será lo más grande del género.
Tiene, eso sí (y esta observación no es mía sino de Jorge Luis Borges, que prologa la edición que compre) un excesivo uso de lenguaje semi filosófico; lo cual no es problemático para quien esté habituado al lenguaje abstracto.
Y la última parte, las reflexiones en torno a este caprichoso demiurgo que hace y deshace universos con afán lúdico valen lo suyo.
En fin, si está dispuesto a sentirse poca cosa, una pizca de polvo, un microscópico destello de luz en un acontecer luminosamente eterno léalo.

02 febrero 2006

Pilares de la Tierra (Ken Follett)

Siempre he tratado de evitar los best sellers. No por esnobismo intelectualoide o por alguna suerte de rebeldía contra el status quo editorial.
Ocurre que los popes de este género manejan la trama y la acción con indiscutida habilidad (“luces de artificio” dirán algunos. Y es cierto. Pero ¡que deslumbrantes!) y sus libros atrapan irremediablemente. Pero estos libros son cáscaras vacías, puros malabarismos escriturarios.
Esto, de por sí, no es malo: mucha de la literatura “seria” es así.

Mi problema es otro.
Es un problema, digamos, de “magnitud”.
Me quedan muchas cosas por leer, demasiadas. Y cosas buenas. Y la vida es corta. Ergo, no me puedo dar el lujo de estar perdiendo “tiempo de lectura”.

¿A qué viene esta digresión?. Es que Folett es un típico autor-best-seller; su especialidad son las novelas de espías y los policiales al mejor estilo cine norteamericano.
Por eso, y con estas prevenciones encaré la lectura (en vacaciones, es decir, en esos momentos en que uno se permite ciertas licencias) de este extenso libro (mas de mil páginas).

Y, hoy, mi conclusión es que, si Folett va a perdurar en la historia de la literatura lo hará por esta novela y no por las otras decenas que ha escrito y escribirá.
En primer lugar, el tema es –según él mismo confiesa– enteramente extraño a su “especialidad”: la novela trata sobre la construcción de una catedral, en plena Edad Media.

Es interesante en este sentido (no lo pase de largo) el prólogo. Relata los motivos que lo impulsaron a emprender una novela sobre un tema absolutamente extraño a su “idiosincracia”. Y sus razones se resumen, simplemente, en una: la imborrable impresión que le causaron las catedrales europeas.

La novela, tiene dos aspectos que se entrelazan. En primer lugar, la “trama” en sí, la historia de los personajes (son varios: un abad, dos hermanos nobles caídos en desgracia, un “maestro constructor “ y su peculiar familia, un obispo, la malvada familia noble de la zona) y, subyacente a ella, la trama histórica de la Inglaterra del siglo XII.
Para los aficionados a la Historia son interesantes otros aspectos secundarios: el funcionamiento e influencia del clero en general y los conventos en particular en la sociedad medieval, la importancia de los mercados en el origen de las ciudades, la “ascensión” social por medio de la caballería; y, “last but not least”, el insospechado mundo de la construcción de una catedral, los métodos que se utilizaban, la evolución de estilos arquitectónicos, la organización del trabajo, los gremios, los problemas y vicisitudes.
Esto último, de por sí, vale la novela.

¿Críticas?. Sí, muchas.
La típica estructura maniquea de las novelas ligeras (los “buenos” son absolutamente bondadosos y los “malos” infinitamente malvados), la simplona pedagogía de la “tolerancia” como único valor moral, la excesiva truculencia en la descripción de las escenas de sexo y violencia.

¿Algo para destacar? Sí, también: el capítulo sobre el asesinato de Thomas Beckett y las reflexiones del abad sobre el poder del pueblo y de la fe contra la tiranía de los hombres de armas.