15 marzo 2006

El viejo y el mar (Ernest Hermingway)

Esta es una historia superficial.
Pero no me malinterprete, no quiero con esto denostarla, todo lo contrario.
Entonces, ¿por qué superficial?.
Pues porque “superficial” es una palabra que más allá de su carga emotiva negativa, tiene un sentido estricto mas, mas... objetivo. Superficial es aquello que pertenece a lo externo, a la superficie.
Por eso, en rigor, El viejo y el Mar es una novela superficial.
Superficial porque Hermingway ha logrado, en ella, una conjunción maravillosa.
Es la historia de un hombre que está solo, absolutamente solo. Algunos le hablan, sí; algunos hablan de él, sí. Pero está solo.
Y en esa soledad (cuya presencia mas tangible son las interminables –¡y tan breves!– páginas del anciano en su barca), cualquier escritor hubiera creado un gigantesco mundo imaginario, de una profundidad psicológica inconmensurable; una soledad habitada, concurrida de pensamientos, de recuerdos, de ideas.
Pero Hermingway no.
Él se limita a mostrar un hombre en soledad.
Por eso esta novela es, también, brutal.
Es brutal porque muestra crudamente que la soledad es... solitaria. Que todas esas presencias inmateriales con la que los escritores gustan poblarlas son nada mas que eso, invenciones literarias.
Es brutal porque pone en evidencia que un hombre en soledad no tiene nada que lo acompaña. En la soledad no hay especulaciones metafísicas, no hay disertaciones sobre temas profundos.
Un hombre solo es un hombre mudo. Nada tiene para decir.
Y no le queda mas que su voluntad. La firme determinación de “hacer” algo, de cumplir un objetivo mas o menos caprichoso, mas o menos arbitrario.
La razón no reina sobre la soledad. Es que la razón discurre en palabras, su materia prima es el lenguaje; y el lenguaje es social, es hablar con un otro aunque no esté presente, aunque ese otro seamos nosotros mismos.
La verdadera reina de la soledad es la voluntad.
De esto se trata este pequeño gran libro. Es una reivindicación de la voluntad, un llamado de atención para que reparemos en que la voluntad también es ínsitamente humana porque es la determinación de un hombre para superar los obstáculos, para superarse en los obstáculos.
Tenemos en gran cosa a la inteligencia. Y no está mal. Es –es cierto– lo específicamente humano y lo que mas nos asemeja a los ángeles y a Dios. Por el contrario, suponemos que la voluntad es nuestro patrimonio en común con los animales. Ellos son pura voluntad.
Pero, precisamente por este énfasis, olvidamos que la voluntad, es la gran potencia de nuestro libre albedrío.
Que también es humana.
Y este libro, con su obsesiva pretensión de excluir toda introversión, lo pone en evidencia.