El montaje (Vladimir Volkoff)
¿Qué me diría si yo le digo que un libro escrito por un autor de derechas para criticar un movimiento de izquierdas es, en realidad, un panfleto del susodicho movimiento izquierdista para desacreditar a la derecha?. ¿Y qué si le digo que este supuesto autor de derecha es en realidad un agente del comunismo soviético a pesar de que ni el mismo lo sabe y, es más, está convencido de que le presta un gran servicio a su patria?.
¿Y qué me diría si más o menos este es el argumento de una novela de espionaje?. ¿Atrapante, no?.
Pero hay más.
Si esta novela fuera sólo eso, un entreverado juego de espías sería, cuando menos, anacrónica, cuando más un montón de lugares comunes.
Pero no es el caso: como dije, la novela tiene más.
Lo memorable es lo que queda entrelíneas, lo que se cuela por los intersticios de esta supuestamente liviana novela de espías de guerra fría.
Y lo que queda es el poder de la desinformación, el poderío de “los medios” para construir la realidad, incluso a pesar y contradiciendo la realidad.
Claro que en la novela esto es una mefistofélico plan de los bolcheviques, de los agentes soviéticos. Si deseáramos acallar nuestra inteligencia podríamos refugiarnos en un cómodo maniqueísmo. Y como los rojos ya no existen...
Pero, el mal gusto en la boca es que esa desinformación es potencialmente posible, puede hacerse. Basta tener los instrumentos; no hay que ser espía soviético.
Sí, basta tener los medios...
Los medios de comunicación.
Conclusión: no estamos a salvo. Ni lo estaremos nunca.
Pero precisamente por esto, la novela tiene mucho “jugo” que exprimir, más allá del contexto histórico, que parece haber perimido.
Haberme encontrado con el imperdible monólogo de Pitman sobre las técnicas de desinformación en la cooptación de Aleksander Psar justifica, de por sí, la novela.
¿Y qué me diría si más o menos este es el argumento de una novela de espionaje?. ¿Atrapante, no?.
Pero hay más.
Si esta novela fuera sólo eso, un entreverado juego de espías sería, cuando menos, anacrónica, cuando más un montón de lugares comunes.
Pero no es el caso: como dije, la novela tiene más.
Lo memorable es lo que queda entrelíneas, lo que se cuela por los intersticios de esta supuestamente liviana novela de espías de guerra fría.
Y lo que queda es el poder de la desinformación, el poderío de “los medios” para construir la realidad, incluso a pesar y contradiciendo la realidad.
Claro que en la novela esto es una mefistofélico plan de los bolcheviques, de los agentes soviéticos. Si deseáramos acallar nuestra inteligencia podríamos refugiarnos en un cómodo maniqueísmo. Y como los rojos ya no existen...
Pero, el mal gusto en la boca es que esa desinformación es potencialmente posible, puede hacerse. Basta tener los instrumentos; no hay que ser espía soviético.
Sí, basta tener los medios...
Los medios de comunicación.
Conclusión: no estamos a salvo. Ni lo estaremos nunca.
Pero precisamente por esto, la novela tiene mucho “jugo” que exprimir, más allá del contexto histórico, que parece haber perimido.
Haberme encontrado con el imperdible monólogo de Pitman sobre las técnicas de desinformación en la cooptación de Aleksander Psar justifica, de por sí, la novela.